2 oct 2011

LA ÚLTIMA PALABRA

Secando el sudor de su frente se detuvo a pensar, mitad enojado, mitad frustrado. De fondo, el grito del entrenador que seguía dando indicaciones. El asiento de ese vestuario a medio terminar se transformó en un diván. Miró aquellas paredes con un gesto despectivo, pero rápidamente concluyó conformista “al menos de estas duchas sale agua caliente”. Ninguno de sus compañeros se animaban a interrumpirlo, lo conocían. Le temían aunque muchas veces él era el más reflexivo de todos. Sí, seguro. Pero también el más temperamental. La imagen de la pechera estrellándose contra el césped le daba vueltas en la cabeza, no lograba entender por qué su técnico lo había reemplazado. Siempre lo hicieron sentir único, eso le parecía. Se creía en su mejor momento y no aceptaba que pusieran en tela de juicio sus condiciones. Al fin y al cabo, el goleador era él. Comenzó a repasar en su mente lo hecho aquella temporada, sus números eran letales. Mientras, entre recuerdo y recuerdo, se preocupó por ir dejando una huella desagradable de leves escupitajos en el suelo. No podía comprender aquella situación, ocurrida veinte minutos atrás. Poseído por un enojo completamente caprichoso preparó en su cabeza lo que le diría a su padre. “No quiero ir más”, “anda a hablar al club”, “no sé que tiene en el cerebro ese viejo de mierda”, esperando encontrar el apoyo necesario. Pero eso no sería todo, el director técnico también lo iba a escuchar. “¿quién se cree usted?”, “¿es consciente de que el equipo depende de mí?”, “¿acaso no se dio cuenta de los conos que tengo como compañeros?”. Pensó en eso y en algunos insultos que se colaban por ahí. No quiso ni ducharse, simplemente se cambió. Los aromas no eran los más seductores, pero poco le importó. Cuando se predispuso a salir en busca de su bicicleta unos silbidos frenaron su marcha. “Cardozo, ¿ya se calmó?”, de repente, su furia se vio opacada por sus nervios adolescentes, no emitió sonido. “Mañana entrena con Primera, por eso lo guardo ahora. Vaya y descanse, le tengo fe para el domingo”. Bajó la mirada y dejó escapar una tímida sonrisa. Se dio media vuelta y se fue, angustiado, en silencio, arrepentido.