8 nov 2010

ELLOS SON ASÍ


Esa tarde se cansaron de insultarlo. Era inevitable, se movía con tan poca ductilidad… Decir que parecía de madera es un halago. Este tipo era una bolsa de cemento que superaba ampliamente los 100 kg. La camiseta le quedaba tan apretada que a simple vista se confundía con una remera térmica, pero era XL!
Ni la tocó. Intentaba de cabeza, pero ni saltaba. Compraba el terreno del área y se instalaba ahí hasta el pitazo final. Tan cómodo se ponía que cada vez que cobraban penal le decían: “a ver si te corres, así lo pateamos”. Imagínense, todos lo agarraban de punto cada sábado que se jugaba ese campeonato relámpago.
Cuando el partido se puso 2-2 empezaron las dudas. Sus compañeros lo miraban con bronca pero no podían decirle nada a semejante mole, no si querían vivir. Como era costumbre le dieron todas pero él no estaba en su día, bah! Casi nunca tenía un día aceptable. Igualmente esa tarde no era como las otras, esa tarde era el encuentro decisivo. Luís –así era su nombre- estaba atornillado al césped como nunca y el arquero rival no paraba de reírse. Pero ya saben, el que ríe ultimo…
El milagro comenzó a gestarse en la mitad de cancha, después de un lateral. El juez ya había adicionado 2 minutos y el apuro invadió a todos. El Turco –el 5 más pegador del campeonato- la paró y levantó la cabeza, lo miró al Gordo pero estaba claro que cualquiera otra opción sería mejor. Encaró como nunca antes, esquivando a cuanto rival se cruzaba. El tiempo se iba y no quedaba otra que probar de afuera, esperando un rebote. Apenas se hizo lugar, la adelanto y metió un zurdazo imparable. La pelota zigzagueó en el aire, pero no llegó al arco. En el camino se encontró con el Gordo, estático como siempre. La pelota retumbo en su panza, cayendo muerta al piso. Todos se quedaron mudos, mirándolo, esperando que pivoteara con alguno. Pero Luís sorprendió a todos. Como buen delantero, no se apuró. Con una heladera en la cabeza amago a abrirla, logrando que el central abriera sus piernas. En el momento menos esperado, el Gordo sacó un taco exquisito de la galera. La pelota, casi pidiendo permiso, paso entre las piernas de ese ingenuo defensor y cruzo rodando toda el área chica. El arquero, estatua. Nadie lo podía creer, finalmente había ocurrido. Ese balón rozo el poste y se metió agonizando. Luís salió disparado, corriendo como nunca. El Gordo miraba a cada uno que se había reído y llevándose el índice a la boca los hacia callar, uno por uno. El premio mayor – 1 lechón – ya tenía dueño. Y todos se lo debían a él, al Gordo Luís. Ese tipo que levanta puteadas a loco había conseguido el gol de la victoria, como buen goleador. Y les demostró a todos que ellos son así. No la tocan, pero cuando la tocan, te la mandan a guardar.



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